domingo, 1 de septiembre de 2019

74. ¡Pobre Doris!

   Tengo una pena muy grande, y es que me acabo de enterar de que a Doris Lessing le hicieron la putada de su vida cuando hace ocho meses le concedieron el premio Nobel de Literatura. Por lo menos, eso es lo que dice ella ahora. Concretamente, dice que “lo lamenta”.

En su momento dijo a los periodistas que “estaba encantada pero no sorprendida”, ya que desde hacía cuarenta años su nombre venía sonando en ese sentido. Hizo bromas con los periodistas que acudieron a la puerta de su casa y les regañó por no llevar champán para brindar, ya que a ella no le había dado tiempo aún para comprarlo. También debía estar encantada con el millón y medio de dólares del premio, porque en ningún momento se planteó rechazar la pasta ni nada parecido.

¿Qué ha pasado desde octubre a mayo para que ahora se descuelgue la eximia escritora con declaraciones tales como que “la concesión del Nobel ha sido un maldito desastre” y que “su vida ha cambiado para peor”? Fundamentalmente se queja de dos cosas: a) de que se pasa el tiempo concediendo entrevistas y posando para fotos y b) de que apenas le queda nada del millón y medio de dólares (¡en ocho meses!) porque los ha puesto a nombre de sus hijos, nietos y otros miembros de la familia para no tener que pagar tantos impuestos.

Que yo sepa (y he investigado un poco en ese sentido), la aceptación del premio no conlleva la obligación de conceder entrevistas ni posados a fotógrafos. No es precisamente el certamen de Miss España. De hecho, la enorme cuantía de los premios se fijó para que los agraciados pudieran concentrarse en proseguir su trabajo en bien de la humanidad sin tener que preocuparse de esas cosillas que al resto de los mortales nos dan dolor de cabeza. Es decir, que nadie la obliga a estar todo el día pendiente de la prensa. Aduciendo su avanzada edad y su estado de salud podría llevar actualmente una vida tan aislada como quisiera. Si ha preferido no hacerlo así, estupendo, pero no puede al mismo tiempo quejarse por ello, ya que es una elección personal.

Por otro lado, sus problemas con el millón y medio de dólares tampoco me causan demasiada aflicción. Más bien me suscitan cierto rechazo hacia esta persona, como hacia otras que también se quejan de los problemas que tienen por ser tan ricos. A todos nos fastidia pagar impuestos, pero muchos comprendemos que es algo totalmente necesario. Por otra parte, queda feísimo que quien militó en el Partido Comunista se olvide ahora de esas personas menos afortunadas que ella que se pueden beneficiar con esos impuestos, ¿no?

Total, que el pataleo quejica de esta señora ha deteriorado bastante la opinión que tenía de ella. Y ya, de paso, se me han venido a la mente dos interrogantes bastante incómodos para la imagen que Doris Lessing ha estado cultivado toda su vida:

¿Cómo es que una persona que siempre ha presumido de una ideología muy determinada, acepta un premio de una fundación que se sufraga a base de inversiones en industrias radicalmente opuestas a dicha ideología? Todos conocemos los motivos por los que Alfred Nobel instituyó los premios. La Fundación Nobel es una organización independiente, no gubernamental, que además de propietaria del capital, es responsable de su administración y del órgano central que coordina las distintas Instituciones Nobel. Además está exonerada del pago de impuestos por el gobierno sueco. Pero para mantener el impresionante montante de los premios y todo el gasto que ello lleva aparejado (ya mencioné lo que Nobel se proponía al otorgar unos premios tan grandes) fueron autorizados por el gobierno sueco a la adquisición de acciones en bolsa a partir de 1950. Como resultado de lo cual poseen bastantes empresas o parte de ellas, algunas de las cuales se dedican, por ejemplo, a la venta de armas, caso de la fábrica Bofors y, peor aún, se da el hecho de violaciones a la prohibición de venderlas a países con regímenes que violan los derechos humanos o que estén comprometidos en algún conflicto bélico. Resulta curioso que la señora Lessing, en su día, no pusiera pegas a ese dinero manchado de sangre.

¿Cómo es que la autora de la que se ha considerado la obra cumbre de la literatura feminista sigue utilizando, en lugar de su nombre real, el apellido de un señor del que se divorció hace ya cincuenta y nueve años?

Podría tratarse de una colección de misterios pero me temo que es simplemente hipocresía y pura incoherencia de vida.

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