En su pregón en la fiesta del orgullo gay, la cantante Soraya dijo esa frase que ha sido titular en muchos periódicos en la que manifestaba que sentía deseos de pedir perdón por ser heterosexual. Desde luego resulta de lo más políticamente correcta (y ya sabéis que a mí lo políticamente correcto me da una mezcla de risa y vergüenza ajena, según los casos). También muy adecuada para una persona que vive de tener el favor del público, tan veleidoso, y que sabe que los gays la adoran y la imitan. Desde luego, si yo fuera su manager, le hubiera aconsejado que dijera algo así, porque imagino que a la mayoría de los asistentes se les haría el culito agua de limón al oir como un heterosexual prácticamente reconocía en público su vergüenza por serlo.
Pero dejando de lado esta imbecilidad que queda para el ranking de frases estúpidas dichas por personajes públicos de variado pelaje, me ha recordado otros asuntos que me atañen más directamente y que me sientan bastante mal, y es la casi exigencia de que estés continuamente pidiendo disculpas por ser como eres, simplemente por el hecho de pensar o actuar diferente del que tienes enfrente, y todo ello en una sociedad a la que se le llena la boca continuamente con la palabra tolerancia, al mismo tiempo que es más intolerante que nunca.
Yendo a casos concretos, estoy harta de que la gente me eche en cara el que no me tiña las canas, desde mis compañeras de trabajo más jóvenes que yo, hasta mi tía de 84 años. Y que a veces me coja con la guardia tan baja que antes de darme cuenta estoy dando explicaciones y casi disculpándome, en lugar de responder a una impertinencia semejante con otra más gorda, pero totalmente cierta: “Mira, no me tiño las canas porque te engañas pensando que eso te hace parecer más joven. No quisiera por nada del mundo tener tu cara de momia coronada por un pelo negro “ala de cuervo” o pelirrojo “Pipi Calzaslargas”, porque ese color lo único que consigue es acentuar el resto de los rasgos de tu edad, por el contraste. Aunque no te lo creas parezco más joven que tú, porque tengo la suerte de tener un cutis terso sin una sola arruga ni patas de gallo, ni tengo pellejos colgando de los brazos; y unas canas en mi cabeza apenas modifican mi aspecto general, que es el que cuenta”. Por supuesto, cuando tenga otras señales de la edad las asumiré sin ningún problema, y me niego a avergonzarme por estar a punto de cumplir 50 años, como si fuera un hecho deshonroso del que yo fuera culpable o responsable.
Estoy harta de que la gente me eche en cara el que no lleve teléfono móvil o, cuando lo llevo, lo tengo desconectado. “Te he llamado una docena de veces y tienes el teléfono apagado”, te dicen con tono y expresión de riña. En esos casos si que me despacho a gusto y suelo contestar que tengo el teléfono móvil para mi comodidad, y no para la suya. Y en mi comodidad no entra que cualquiera me pueda molestar o localizar cuando le dé la reverenda gana. Si llevo el móvil es para llamar yo si lo necesito, no para estar continuamente a disposición de quien lo quiera.
Estoy harta de que me echen en cara que hace ya unos años que no voy a la playa y, suavemente, hasta me preguntan cómo me atrevo a llevar faldas o vestidos sin mangas sin estar negra como un chorizo. Yo siempre me he puesto muy morena a poco sol que tomara, pero desde hace unos años la playa, y el sol en general, me sientan muy mal. Desde luego, no voy a avergonzarme de tener el color de piel que tengo. Por otra parte, el hecho de no tener la más mínima arruga a mi edad puede tener algo que ver con eso. Suelo contestar que prefiero un millón de veces estar menos morena que tener la cara como el corcho, a ver si la aludida se da por enterada. Pero no, no suelen hacerlo, y aunque están encantadas con su moreno suelen quejarse continuamente de sus manchas, arrugas y demás, intentando paliarlas con cremas, peelings, rejuvenecimentos laser y demás zarandajas de instituto de belleza, de los que se han convertido en esclavas.
En fin, para qué seguir. El caso es que no puedo soportar esa moda de pedir perdón continuamente por ser uno lo que es, y no otra cosa, cuando lo que eres o cómo eres no es nada deshonroso ni dañino para nadie.
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