Estoy harta de ver, cada vez que me asomo a una de las ventanas de la sala de profesores, a mozalbetes que me sacan 15 centímetros del altura colgados cabeza abajo de las porterías de fútbol, a pesar de que llevan cuatro años oyendo nuestras advertencias y nuestras prohibiciones. Y estoy harta porque cuando un día calculen mal o se les resbale una mano, su cabeza se estrellará contra el suelo de cemento y sus padres, encima, querrán sacar tajada poniendo una demanda contra el instituto, a ver si sacan unos miles de euros.
Estoy harta de que excursionistas aficionados se internen por rutas de montaña que desconocen, incluso bajo condiciones climáticas adversas. Y estoy harta porque luego sus familias reclamarán una operación de rescate que ponga en jaque a docenas de personas y cueste, también, miles de euros, sin que a los que han provocado todo ese alboroto les suponga el más mínimo reproche.
Estoy harta de que un grupo de descerebrados se cuele en una cueva peligrosa, ignorando rótulos de advertencia y prohibiciones de paso, para practicar espeleología. Y estoy harta porque a consecuencia de su irresponsabilidad docenas de personas tendrán que poner su vida en peligro para rescatarlos, y volveremos a pagar entre todos miles de euros por ello.
Estoy harta de que, a pesar de que todos los años se repite la historia, a un montón de españoles les da por irse al Caribe en plena época de huracanes, reclamando después que el gobierno envíe aviones del ejército para sacarlos de allí.
Pero, en fin, ya escribí sobre eso en una ocasión y creo que mi punto de vista quedó suficientemente claro. Como era de esperar, la cosa no mejora y el sentido común sigue brillando por su ausencia, como se está demostrando en estos días con el tema del barco secuestrado en Somalia.
No, no voy a explayarme en el bochornoso espectáculo de un gobierno en el que varios ministros se están echando la culpa unos a otros del desastre de la gestión del tema, ni el lamentable espectáculo que estamos ofreciendo al mundo.
Tampoco voy a insistir en como algunos de los responsables del espectáculo mencionado intentan quitarse de en medio, como la vice Mari Tere, marchándose a Argentina para un asunto sin importancia en el momento en que el asunto se ponía más feo.
En lo que sí voy a manifestarme cumplidamente es en lo que nadie, por lo que he leído, se atreve a decir o a escribir, porque queda como muy feote y muy insensible. Pero es lo que pienso, y para eso tengo el blog, para escribir lo que me parece.
Tenemos a unos armadores que tienen la encomiable intención de hacerse muy ricos, vendiéndoles atún a los japoneses. Para ello, después de esquilmadas las aguas españolas, se dedican a ir por ahí arrasando por los cinco continentes.
Tenemos a la ONU que, a causa del peligro, insta a los gobiernos implicados a proteger a estas empresas privadas con recursos públicos, lo que me parece inaudito y un tremendo abuso.
Tenemos a un gobierno que no sabe qué hacer con el ejército, y se dedica a enviarlo a los lugares más peligrosos del mundo para quedar bien. Yo los veo como niños que todavía creen estar jugando con sus Madelman. Para ello se diseña una operación militar que implica a varios buques de guerra, aviones, helicópteros y casi cuatrocientas personas. Todo ello, recordemos, para que unos cuantos empresarios privados ganen dinero.
Como es imposible controlar miles y miles de millas, se marca una zona de seguridad en la que estos barcos (privados, recordemos una vez más) pueden faenar tranquilamente. Esa operación nos cuesta a los españoles entre 3’5 y 5 millones de euros cada mes. Insisto otra vez, para que unos cuantos se repartan los beneficios.
Tenemos a unos atunes que no entienden de zonas de seguridad ni de resoluciones de la ONU, y son tan idiotas que no saben que tienen que dejarse capturar donde más les convenga a estos armadores, por lo que se alejan de dicha zona de seguridad.
Tenemos unos armadores tan ambiciosos que, pensando únicamente en sus beneficios (y pasando totalmente de la seguridad de sus empleados, los cuales, dicho sea de paso, son en su mayoría africanos y asiaticos, y no españoles), ordenan a sus barcos que engañen a las fragatas de la Armada y se salgan de la zona de seguridad sin avisarles de dónde están, persiguiendo a los atunes hasta donde haga falta. Por cierto, me gustaría saber qué miseria les pagan a los indonesios, malayos, senegaleses, etc., que forman la mayoría de las tripulaciones (sólo 16 de los 36 tripulantes del Alakrana son españoles). No vayamos a pensar ahora que la empresa armadora, Etxebastar Fleet, es una ong. De hecho, el Alakrana sufrió otro intento de secuestro un mes antes, y a la empresa armadora le importó un pimiento la seguridad de sus empleados, manteniéndolos en el sitio, pero fuera del alcance de la protección de los navíos españoles.
Tenemos a cuatrocientas personas situadas en uno de los lugares más peligrosos del mundo para que unos avariciosos irresponsables se hagan ricos. Y cuando el secuestro se ha consumado porque el dichoso barco se había alejado sin avisar a más de 800 millas del barco que debía protegerlo, hay quien todavía le reprocha a los militares españoles que no hayan evitado el secuestro. Si echan un vistazo a un mapa de la zona y al montón de barcos que hay allí faenando, cada uno tirando en la dirección que más le conviene, no tendrán más remedio que estar de acuerdo en que es una exigencia disparatada.
Tenemos unos armadores que, cuando tienen que pagar el rescate, declaran llorosos no tener suficiente efectivo, y utilizando a unas cuantas familias como excusa, consiguen que el gobierno les adelante el dinero del rescate. Cuando sucedió lo del Playa de Bakio, el gobierno adelantó 1.200.000 dólares. Creo que nunca sabremos si el armador ha devuelto o piensa devolver ese dinero. En este caso, muchísimo más complicado y más duradero en el tiempo, el rescate pedido es mucho mayor.
Así que ya sabéis. Entrad en la página web de la Armada. Comprobad cuántos meses dura la “Operación Atalanta”. Multiplicad el número de meses por cinco millones de euros. Añadidle los millones de euros de los diversos rescates que generosamente está adelantando el gobierno. Dividid para saber a cuánto tocamos cada uno. Y en la próxima declaración de la renta podéis deduciros algo por haber contribuido a una ong llamada “Apadrine a un avaricioso irresponsable”.
Actualización: Quince horas después de haber escrito esta entrada, puedo confirmar por un artículo publicado el domingo 15 parte de lo afirmado en ella. En cada atunero español más de la mitad de la tripulación son africanos y asiáticos que hacen el trabajo más duro, el que los españoles no quieren hacer. A cambio de la comida y una cantidad irrisoria (no se precisa cuánto) hacen turnos de dos horas con los ojos pegados a unos grandes prismáticos fijados en cubierta, para detectar las bandadas de aves que marcan los lugares donde pueden estar los atunes. Es un trabajo agotador y que te quema la vista. También se pone en duda que los armadores (esas criaturitas a las que los españoles estamos financiando sus negocios) devuelvan los millones de los rescates que con tanta alegría el gobierno español saca de nuestros bolsillos para que estos empresarios puedan seguir haciéndose ricos.
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