domingo, 1 de septiembre de 2019

64. Estrés y tomates

España tiene un gran número de fiestas populares que me hacen desear la reinstauración de la pena de galeras para aquellos individuos que las inventaron. Pero una de ellas, concretamente, me ofende de tal modo que me niego a ver cualquier foto o imagen de televisión: la tomatina. Me da igual que los cien mil kilos de tomates utilizados hayan sido convenientemente pagados a los esforzados agricultores que los cultivaron. Ver a una turba de salvajes destrozar y pisotear cien mil kilos de comida es algo que me hiere profundamente.


La concejala de Fiestas, Feria, Cultura (?) y Deporte de Buñol, Pilar Garrigues, asegura que “va estupendamente para quitar el estrés y es muy recomendable para el pelo”. Claro, por eso en cualquier peluquería te hacen tratamientos de tomate. Como no tenemos otra alternativa para llevar el pelo sedoso y brillante, no tenemos más remedio que dar ese espectáculo de barbarie e insensibilidad. Y, sobre todo, porque a esas manadas de imberbes que se acercan cada año a ese pueblo se les ve realmente muy estresados.

Si la concejala ha leído estos días las noticias se habrá enterado de algo que le desmonta toda su teoría: los que se estresan son los tomates, y no me extraña teniendo en cuenta que tienen que compartir el planeta con especies animales tan primitivas como los humanos. En la Universidad Blaise-Pascal de Clermont Ferrand han descubierto que las ondas electromagnéticas de los teléfonos móviles provocan el estrés a las tomateras, que interpretan las ondas como un peligro (como si se tratara de sequía o heladas) y se ponen mustias y enfermas. Creo que el estudio todavía no ha podido precisar si cualquier llamada las saca de quicio o sólo se ponen pochas cuando oyen como al labrador le encargan una tonelada de tomates para la tomatina.

Y es que las hortalizas son como las personas. Por lo menos eso aseguran agricultores de Vizcaya que abogan por no mimar demasiado a las plantas. “Si la planta se siente demasiado a gusto, demasiado cómoda, sólo echa hojas. Pero si siente cercano el final, intenta reproducirse, florece.” Así que ya sabéis, eso que hemos escuchado siempre de hablarle a las plantas, pero con un matiz ligeramente diferente. Cuando tengáis una maceta que se resiste a echar flores le susurráis con voz amenazante, de psicópata: “Te voy a hacer cachitos, te voy a clavar alfileres, te voy a quemar con cigarrillos…” Y la planta, de puro terror, echará unas flores preciosas.

Y como siempre, los andaluces llevando la contra. En Láchar, en la vega de Granada, los agricultores les ponen música de Beethoven, Mozart y Vivaldi a los tomates. Al final, no tengo claro si los tomates de Láchar crecen más porque se sienten mimados, o porque, como los tomates vascos, están de los nervios y han decidido acelerar el final de su vida después de escuchar todo el día esa música por los altavoces de los invernaderos. Porque ¿le ha preguntado alguien a los tomates sobre sus gustos musicales?

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