Particularmente me dejan perpleja las cosas que se suponen que tienen que colocarse en la cabeza. Pero, en fin, ya sabemos que el amor hace cometer muchas locuras, y está claro que ésta debe ser una de ellas.
Ahora bien, ¿por qué los invitados a la boda son atacados de repente por el mismo mal? ¿Se trata de algo contagioso? Yo pensaba que la gente tenía bastante con disfrazarse en Carnaval, donde los hombres pueden dar rienda suelta a su perpetua fantasía de vestirse de mujer y las chicas jovencitas encuentran la excusa para salir a la calle prácticamente desnudas, sin que padres o novios se sientan incómodos. Luego se quejan bastante de que pasan frío en esas noches de jolgorio y desmadre, y dicen: “¡Qué mala suerte! ¡Encima llueve!”. Queridas, no es mala suerte, sino ignorancia o estupidez por vuestra parte. Lo que ocurre es que Carnaval siempre cae en febrero, y no podéis pretender que las leyes de la climatología se vuelvan del revés para que podáis lucir vuestro cuerpo serrano en plena noche con un atuendo más propio de agosto.
Pero por lo visto eso de disfrazarse debe ser un vicio que engancha mucho, y luego se empezó a extender lo de disfrazarse de turista, que consiste en que te paseas a lo largo y ancho de un país extranjero con unas pintas con las que no te atreverías a caminar por las calles de tu ciudad. Cuando el adicto ya no tenía bastante, se decidió implantar aquí por la fuerza esa “fiesta” tan idiota de Halloween, que da excusa a millones de estadounidenses, con su mentalidad infantil, para vestirse de mamarracho. A los niños deja de divertirlos en cuanto tienen diez años (algo normal), pero en cuanto pasan de los veinticinco vuelven a la carga, pues ya se sabe que está en su código genético que su edad mental retroceda a pasos agigantados a partir de más o menos esa edad.
Y para redondear el ciclo anual, las bodas dan oportunidad a bastante gente de “disfrazarse de invitados a boda”, aunque ello les suponga pasar un rato tan malo que les impide disfrutar de lo que podría ser una ocasión agradable, divertida o emocionante. Se toman al pie de la letra eso de que “para presumir hay que sufrir”, y lo llevan hasta el extremo, dejando aparte el ridículo que hacen, usando trajes largos en bodas por la mañana o pamelas en bodas después de la puesta del sol.
Hoy en Cádiz empezó a llover más o menos a las seis de la mañana, y durante siete horas no ha parado. Además, la temperatura estaba lo bastante baja como para que apeteciera llevar una chaqueta o jersey, además de zapato cerrado y, por supuesto, con calcetines. Pero que no se piense que eso puede desanimar a un invitado a una boda, tenga la edad que tenga, que en esto la estupidez no conoce límites.
A las 13:30, después de siete horas lloviendo sin parar, cruzaba yo un semáforo en el casco antiguo de la ciudad. Aclaro este último extremo para que os imaginéis que los charcos usuales se veían incrementados por el hecho de que el suelo es de adoquines y, por tanto, bastante irregular. Cruzaban conmigo dos parejas, con edades entre los 55 y los 65 años. Por el atuendo que vestían, el sitio donde estábamos y la dirección que tomaron al terminar de cruzar, además del hecho de que era viernes, supe en seguida hacia donde iban: boda civil en el Ayuntamiento. Una de las señoras llevaba una faldita de raso, unas medias de color champagne (que a los cinco minutos parecerían de lunares, por los salpicones de los charcos) y unos zapatos de color crudo con el talón fuera. La otra iba todavía más exagerada: traje de verano sin mangas, de color fucsia, sin llevar nada que la cubriera, y sandalias del mismo color, sin medias. Las sandalias eran de ese tipo que llevan un tacón tan alto que el pie queda inclinado hacia delante de un modo totalmente antinatural, y constaban sólo de varias tiritas que se notaban cómo se clavaban en la piel a consecuencia de la posición forzada del pie. Te dolían los pies sólo de mirarlas.
Daba entre pena y risa verlas, con esos andares propios de quien no está acostumbrado a llevar esos tacones por esos suelos, además del temblor producido por el frío de una ropa totalmente impropia del día. Comprendo que hace un par de meses pensaran que en un 30 de mayo podían pasar un poco de calor, y tuvieran preparado un traje un poco fresquito. Yo también lo hubiera hecho. Pero tras ver cómo transcurría toda la mañana me hubiera plantado un traje de chaqueta y un zapato cerrado y hubiera ido comodísima y, sobre todo, sin hacer el ridículo.
Apuesto lo que sea a que antes de que yo llegara a mi casa ellas ya iban maldiciendo los zapatos, el traje de verano, y deseando que todo acabara.


No hay comentarios:
Publicar un comentario