Con todo lo que han escrito y se han carcajeado de la ministra de Igualdad, no quiero resultar pesada y poco original insistiendo en el tema, aunque a mí personalmente me hizo mucha más gracia lo de “señorías diputadas y señoríos diputados” que lo de “miembra”, que es la palabreja por la que le ha dado a todo el mundo. De forma que en lugar de seguir hurgando en la herida comentaré a mi querida ministra a partir de otros caminos secundarios todavía poco hollados.
En primer lugar, me invade una gran alegría porque, desde que mi Carmen Calvo desapareció del mapa, mis post dedicados a los políticos estaban muy alicaídos. Maleni, con esa cara de pocos amigos que luce siempre, aunque ofrece frases antológicas, parece capaz de arrancarte la nariz de un mordisco en cualquier momento, y no hace gracia diga lo que diga.
Me duele, eso sí, que la cuota de ministras bufonas se complete siempre a costa de andaluzas, por la parte que me toca. Y en este caso, para más inri, tanto Maleni como Bibiana son de la provincia de Cádiz, aunque afortunadamente de otras ciudades diferentes a la mía, que todavía hay clases.
Pero hay que reconocer que el sentar en el banco azul a un puñado de zoquetes de la comunidad más tercermundista de España proporciona momentos inolvidables, y esto no es un hallazgo de la democracia. Como muchos de vosotros sois bastante jovenzuelos, os recuerdo lo que ocurrió cuando el ministro Solís, nacido en Cabra (Córdoba) como nuestra querida Carmen Calvo, defendía en las Cortes franquistas un proyecto de ley destinado a destrozar reformar los planes de estudio, que incluía un recorte bastante profundo del estudio del latín.
Solís quiso convencer al respetable con una pregunta propia del paleto que era: “Porque, a fin de cuentas, ¿para qué sirve el latín?”. Entonces Adolfo Muñoz Alonso, profesor de la Universidad Complutense, contestó a Solís desde su escaño con una frase antológica: “Por de pronto, señor ministro, el latín sirve para que a su señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa”.
Hace sólo unos meses, remachando en el mismo clavo que Solís, Bibiana y otros insignes andaluces, Lourdes Pastor, portavoz del Colectivo de Jóvenas Feministas (sic), soltó aquella perla de “que el lenguaje está construido dentro de un sistema social patriarcal y por tanto injusto y desequilibrado. Decidir qué es correcto gramaticalmente y qué no lo es basándonos en los patrones marcados desde lenguas clásicas como el latín, época en la que las mujeres éramos tratadas como esclavas y los hombres los que decidían y ostentaban todo el poder, supone un lastre, pues la sociedad esta fundamentada en un pasado en el que no se ha contado con más de la mitad de la humanidad, es decir, con las mujeres”. Está claro que mi querida Carmen Calvo verá con satisfacción que a partir de ahora aludamos a ella como cabrona, puesto que no hay nada más lejos de nuestra intención que tratarla como una esclava u oprimirla.
Yo, en principio, no tengo problema: gaditana, aunque provenga de una lengua opresora y machista como el latín, no tiene connotación negativa alguna. Pero os aclararé que en Cádiz no nos privamos de nada, y no nos conformamos con un solo gentilicio. Dependiendo de qué parte de la ciudad seas, recibes otro más. Si naciste en la parte moderna, extramuros, eres beduino o beduina (se dice de los árabes nómadas que habitan su país originario o viven esparcidos por Siria y el África septentrional, según el diccionario de la RAE). Seguro que a todos los ministros y ministras les encanta, por aquello de la alianza de civilizaciones. Pero eso es porque son un poquito ignorantes, ya que según dicho diccionario (el gran y único enemigo del gobierno), en su segunda acepción significa “hombre bárbaro y desaforado”. Y hasta ahí podíamos llegar, hombre.
La cuestión está en que yo tampoco soy beduina, porque nací en el casco antiguo de la ciudad, concretamente en el Hospital Mora, lo que me convierte en caletera. Y consultado convenientemente el diccionario me encuentro que caletero significa “estibador, trabajador que pertenece a la caleta (gremio de porteadores de mercancías)”. Y eso sí que no, que yo no he trabajado en el muelle en mi vida, ni he cargado con otra cosa que no sean libros. Eso sin contar con que en estos tiempos, pertenecer al gremio de porteadores de mercancías te puede suponer que los piquetes “informativos” te prendan fuego, se líen a pedradas contigo o te rajen algo.
Así que reclamo a la ministra (alcalaína por más señas) que convoque un referendum ya, para que podamos disolver la RAE de una vez y eliminar el dichoso diccionario. Eso sí, en lugar de urnas y papeletas, puede poner un teléfono con un número para el sí y otro para el no, como en los programas del corazón, y así de paso se sacaba unas perrillas para financiar su paupérrimo ministerio.
Y mientras tanto, los habitantes (y sobre todo las habitantas) de Lesbos han planteado ante un juez un pleito porque su gentilicio (lesbianos y lesbianas) es utilizado con otro significado. Se quejan de que una señora heterosexual de Lesbos no puede decir su gentilicio sin que se entienda de otra forma y exigen que las mujeres homosexuales utilicen otra palabra. Menos mal que Lesbos es griega y no española, porque está por ver cómo este gobierno iba a resolver el temita.
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