lunes, 2 de septiembre de 2019

86. Hombres-anuncio

Hace 25 años, una amiga, licenciada en Historia de América, que vivía en el mismo Colegio Mayor que yo, hizo una tesina sobre el Monte de Piedad como institución de beneficencia en el Méjico del siglo XVIII. Ganó una beca para viajar al país y volvió impresionada por las colas que veía cada mañana al llegar, en las que se apretujaban personas que iban a empeñar una plancha, una cafetera, o cualquier otro de los  humildes enseres de la casa.

Hace unos días he recordado esta historia al pasar por las calles del centro de Madrid (Arenal, Preciados, Carmen, etc…) y quedarme sorprendida por la extraordinaria proliferación de hombres-anuncio (todos negros o hispanos) que circulaban por aquellas calles como reclamo para el empeño o la venta de oro y alhajas. Supongo que esto no es nuevo, pero nunca los había visto en tal cantidad. Ibas literalmente tropezándote con uno cada tres pasos. Daba una sensación de pobreza y miseria en el ambiente mucho mayor que el ocasional pedigüeño que reclama unas monedas con un cartelito mientras nos enseña su pierna cortada.

Mientras tanto, las tiendas a reventar, las terrazas llenas, los restaurantes abarrotados, y a mi hotel (cuatro estrellas) no dejaban de llegar continuamente familias enteras dispuestos a pasar varios días de gastos constantes. Y no tenían precisamente aspecto de gente opulenta, sino bastante corriente.

Ya se sabe que en tiempos de miseria hay siempre quien hace su agosto, pero me dio la impresión que, en parte, la gente no está por reducir el plan de gastos al que está acostumbrado, aun cuando la situación haya cambiado.

Por añadidura a la imprevisión, la ineficacia y la ineptitud de los políticos (1), el ciudadano normal se queja, patalea, pero es incapaz de reducir gastos inútiles a los que apenas se había acostumbrado en tiempos muy recientes, olvidada ya la gran parte de su vida en la que vivió de forma mucho más austera.

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(1) No olvidemos que hace muy pocos meses Solbes vendió a un precio bastante barato una cantidad enorme de las reservas de oro del Banco de España. A los pocos días el precio del oro subió enormemente, con lo que de inmediato perdimos varios miles de millones sin ninguna justificación ni necesidad.

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