Por parte de mi familia paterna llevamos todos un gen peleador y discutón que hace que nos enzarcemos en interminables discusiones por las cuestiones más nimias. Cuando, después de un montón de tiempo gastado inutilmente, alguien está a punto de rendirse, pregunta “¿Merece la pena que perdamos tanto tiempo en esta tontería?”, siempre hay alguien que contesta “Pero, ¿y lo bien que lo pasamos?”
Hoy me he levantado con el gen peleador y discutón con ganas de garata, pero como no he salido y la única visita que he tenido ha sido de mi hermano (que hoy ha estado muy complaciente y prudente), no había tenido oportunidad de darle el gusto al gen en cuestión. Así que lo he enfocado por otro lado. Voy a ajustar cuentas con alguien, aunque sea del pasado.
Y leyendo una noticia se me ha venido a la mente inmediatamente una cuenta pendiente que ajustar, aunque sea con un difunto. El hecho de estar difunto no lo libra de mis rencores, pues fue un hijo de puta y un amargado vengativo toda su vida, máxime cuando era profesor de universidad en unos tiempos (curso 79-80) en los que ellos trataban a los alumnos como escoria con total impunidad.
El caso es que en Italia han condenado a un profesor a 3000 euros de indemnización y siete meses de cárcel por usar el trabajo de dos alumnos para publicarlo en un libro, con el que además optó a un concurso para una plaza universitaria. Pensé que si eso se hiciera aquí, los tribunales no darían abasto, serían más casos que los de mujeres maltratadas.
Por eso hoy voy a ajustar cuentas pendientes con J.M.S. (encima no soy mala gente del todo y sólo pondré sus iniciales). Algunas personas que hayan estudiado en Sevilla lo reconocerán por algunos datos, pero eso ya no es mi problema.
J.M.S. era un amargado por muchas razones. En primer lugar, era gay. Y en los años 79-80 eso te convertía en un paria no sólo para los conservadores, sino también para toda la izquierda en general, que no se recataba en tildarlos públicamente de enfermos y ridiculizarlos. Además, se consideraban poco apropiados para ostentar un cargo medianamente importante, pues su condición les hacía presa fácil para un chantaje. Ante el hecho de que alguien estuviera dispuesto a acusar públicamente a Fulanito de gay, éste era presa fácil para el chantajista en cuestión. La izquierda española consideraba la homosexualidad relacionada con la degeneración burguesa. Stalin envió a los homosexuales a los campos de concentración lo mismo que Hitler, y el socialismo y el comunismo en general consideraron siempre al homosexual como ser enfermo y patológicamente desequilibrado que no tenía cabida en la utopía proletaria. Precisamente en enero de 1977, Tierno Galván, en una entrevista a Interviú, se refirió a la homosexualidad como algo indeseable, “una desviación del instinto”. “No creo que se les deba castigar. Pero no soy partidario de conceder libertad ni de hacer propaganda del homosexualismo. Hay que poner límites a este tipo de desviaciones”.
“Otros líderes de aquella izquierda socialista expresaron similares actitudes discriminatorias y anti-homosexuales, justo las que quedaron plasmadas en otro libro, compilado por Fernando Ruiz y Joaquín Romero: Los partidos marxistas: sus dirigentes / sus programas (Anagrama, 1977). Así, Eladio García, del Partido del Trabajo en España, tras reconocer que no estaba preparado para aceptar las relaciones físicas entre hombres, habla de “degeneración” y asegura que “la homosexualidad ha de ser condenada” (pág. 164). Para Manuel Guedán, dirigente de la Organización Revolucionaria de Trabajadores, ser homosexual “es una alteración de la sexualidad. No es una forma normal de entender las relaciones sexuales, no es un modo natural y puede verse en un tipo de deformación educativa, psicológica o física” (pág. 108). Algo parecido dice Diego Fábregas, de la Organización de Izquierda Comunista de España, quien se reconoce “reaccionario” en cuanto a la homosexualidad, pues a quienes practican eso, afirma, “ni hay que estimularles ni hacer una liga para defenderlos” (pág. 93).” (1)
Insisto tanto en este tema porque la mayoría de mis lectores no recordarán aquellos tiempos, ni el ambiente que a principios de los 80 se respiraba en la Universidad sobre este tema, ni cabrá siquiera en su imaginación. Eso explicaría en gran parte la conducta de J.M.S., que temía ver frustrada su carrera en la universidad si se conocían sus inclinaciones. No era el único. En el Departamento de Arte había varios, uno de ellos con el significativo mote de “La Venus de ébano”. Pero los otros lo llevaban con menos amargura y resentimiento que J.M.S. y, sobre todo, no lo pagaban con sus alumnos.
El Departamento de Arte estaba dividido en dos facciones, los fachillas y los progres, y en ninguna de ellas tenían cabida los gays, que se veían obligados a vivir una doble vida (alguno de ellos se llegó a casar y todo) y a acudir de tapadillo a los locales para gays más recónditos, donde estuvieran seguros de no encontrarse a nadie conocido.
J.M.S. usaba una artimaña muy corriente. Se ponía de acuerdo con una alumna trepa de los últimos cursos o recién licenciada, preferentemente guapísima y estupenda, y la usaba de tapadera llevándola colgada del brazo a cuanto acontecimiento social se producía en Sevilla. A cambio, la favorecía con su ayuda para obtener becas cuantiosas, escribía artículos para que ella los publicase con su nombre y la favorecía de todas las formas posibles.
Aunque nuestro grupo era muy pequeño, yo era discreta y no llamaba la atención en clase. Durante algunos meses, J.M.S. no me prestó atención. Hasta que se enteró de que su alumna-tapadera vivía en mi mismo colegio mayor y salía en mi pandilla. Eso lo puso muy nervioso porque pensó que ella me había puesto al día de su “problema”. Y entonces un día, sin que hubiera sucedido absolutamente nada, y ante varios testigos, se dirigió a mí por primera vez durante el curso y dijo textualmente estas palabras: “Y a ti, hagas lo que hagas, no te pienso aprobar en junio”. Y todo esto antes de que hubiéramos hecho siquiera el primer examen del curso. Con esa impunidad actuaban entonces al menos los todopoderosos profesores de la especialidad en Arte de la Facultad de Geografía e Historia en Sevilla. Yo no sabía a cuenta de qué venía aquello. Al comentarselo a mi compañera, ella me puso al día y me confirmó que él estaba obsesionado con que yo conocía toda la historia.
J.M.S., además, era un pésimo profesor. Le obligaban a dar asignaturas que no le gustaban y para las que no estaba preparado en absoluto. El primer día de clase de la asignatura “Arte clásico” (optativa anual que elegí en 4º) nos dijo tranquilamente que no tenía ni puñetera idea de la asignatura ni le importaba. Nos encargó que nos empolláramos dos libros y ya no volvió a hablar de arte griego o romano en todo el curso. Por supuesto, cumplió su amenaza. A pesar de mis magníficos parciales me puntuó ambos con 4. Tuvo que intervenir otro profesor del Departamento para finalmente me aprobara la asignatura.
Pero yo era bastante cabezona y en 5º curso me volví a matricular en una asignatura optativa cuatrimestral impartida por él: Museografía. Ya entonces me tiraba el tema de los museos y como el asunto parecía estar aclarado, le di un voto de confianza.
Pero resulta que tampoco sabía Museografía ni tenía intención de esforzarse. Si en la especialidad de Arte éramos poquísimos, en aquella asignatura optativa éramos un puñadito que no necesitábamos ni aula, dábamos clase en un despacho sentados alrededor de una mesa de reuniones. El primer día de clase nos endilgó un manual, nos asignó a cada uno los distintos sectores de la ciudad de Sevilla y nos encargó que hiciéramos una búsqueda exhaustiva con los retablos de azulejo que proliferan por toda la ciudad, tema que no tiene que ver ni remotamente con la museografía. El segundo día de clase nos repartió un modelo de fichas de investigación donde teníamos que incluir detalles exhaustivos (incluyendo fotos, medidas, etc.... ) y nos explicó los datos que quería que le proporcionáramos. Y eso fue todo. No quería volver a vernos hasta final de curso. Al final del cuatrimestre ni siquiera nos preguntó si habíamos leído el manual, limitándonse a pedirnos las fichas de investigación realizadas. Un par de años después publicó un libro con nuestro trabajo. Esta vez me calificó a la primera con un Sobresaliente, no sé si por vergüenza de lo que había pasado el año anterior o porque mi trabajo de investigación era realmente bueno. Y esa maniobra la repetía cada año. A los del cuso anterior les había encargado que se recorrieran las tiendas de souvenirs de Sevilla inventariando los tipos de mercancía: Giraldas de plástico con luces y música, muñecas vestidas de flamenca o cualquier objeto decorados con los consabidos toros, guitarras, etc.....
Los damnificados nos enteramos, pero decidimos dejar pasar el tema. Tampoco nos hubieran hecho el menor caso. En la Universidad de Sevilla (y me imagino que en otras de España) era algo frecuente. Un profesor de Historia de América bastante famoso “condenaba” a los suspendidos en junio a pasarse todo el verano en Sevilla investigando en el Archivo de Indias y a entregarle el fruto de su trabajo, y luego publicaba por lo menos dos libros al año, a pesar que de que los conserjes del Archivo de Indias juraban que hacía por lo menos veinte años que no había tocado un legajo. Es cierto que entonces los ordenadores eran un elemento extraño, internet no existía y estos fraudes eran mucho más difíciles de detectar, pero el boca a boca entre los alumnos no dejaba lugar a dudas.
Por eso, porque mi gen está hoy belicoso, aprovecho para ajustar cuentas con el difunto de J.M.S., sinvergüenza donde los haya, y me consuelo pensando que en otro país la Justicia lo hubiera condenado por los dos fraudes cometidos: cobrar por unas clases que jamás dio y usar el trabajo de sus alumnos en provecho propio.
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(1) Fuente: Alberto Mira. De Sodoma a Chueca. Una historia cultural de la homosexualidad en España en el siglo XX, Barcelona, Egalés, 2004.

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