Mi autobús sale a y media en punto. Estoy en la estación de autobuses desde y veinte, pero no hay señales del autobús ni del conductor. Por fin llega a y veintisiete, con el tiempo justo para que los que esperamos subamos y paguemos el billete.
Pero cuando nos disponemos a subir el conductor cierra la puerta y anuncia que va a tomarse “un cafelito”, así, en diminutivo, para que suene menos descarado. Ni que fuera un diabético que tiene que ponerse insulina. Por supuesto, no hay salida a y media. El conductor viene cuando buenamente le da la gana (el café debía estar bastante caliente) y encima, usando la táctica de “la mejor defensa es un buen ataque”, nos pone cara de perro por si a alguno se nos ocurre protestar.
Y así una y otra vez. Luego dicen que si los maestros nos lo montamos muy bien, que si los funcionarios…, etc. Sin embargo, esto es una empresa privada y el fulano, con el mayor descaro, ni siquiera se molesta en poner la excusa del tráfico. Y, mucho menos, pedir disculpas por el retraso.
En España parece que eso de “el cafelito” tiene que ser aceptado como una excusa universal, que inutiliza cualquier otro razonamiento.
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